Rohinyá
El pueblo más perseguido del mundo
Lic. Pilar Díaz
Los rohinyá, una etnia musulmana suní, sufre y padece la violencia del ejército birmano, el odio religioso de los budistas de Myanmar (antigua Birmania) y la indiferencia del mundo occidental y también del mundo musulmán. Se puede aseverar que son la minoría menos querida del mundo.
Las Naciones Unidas describió a los rohinyá como uno de los pueblos más perseguidos del mundo, una minoría “sin amigos y sin tierra”.
En el país que los rohinyá consideran su hogar, Myanmar, se les prohíbe casarse o viajar sin permiso de las autoridades y no tienen derecho a poseer tierra ni propiedades.
Myanmar es un país con mayoría budista (90% de la población), con pequeñas minorías de otras religiones, incluyendo a la de musulmanes (4%), la mayoría de los cuales tienen prohibido votar y se les niega la ciudadanía (a excepción de los kamanes).
Tanto las Naciones Unidas como organismos defensores de derechos humanos están pidiendo a las autoridades birmanas que revisen su Ley de Ciudadanía de 1982 para asegurar que los rohinyá no sigan siendo apátridas; además que esta condición ha alentado a los budistas a creer que su campaña de segregación y expulsión forzada está justificada.
PERSECUCIÓN HISTÓRICA
Los rohinyá afirman que sus antepasados, comerciantes árabes, se establecieron en el siglo VIII en el territorio de Arakán, hoy provincia de Myanmar; pero el Estado birmano asegura que son migrantes musulmanes de Bangladesh y emigraron a ese país durante la ocupación británica durante el siglo XIX.
En 1940, los rohinyá ubicados en el oeste de Myanmar organizaron un movimiento separatista para fusionar la región con el Pakistán Oriental, hoy Bangladesh, pero no dio resultado pues Arakán ya era considerado territorio birmano.
En la década de 1950, comenzaron a usar el término “Rohinyá”, que puede ser una derivación del término Rooinga para establecer una identidad distinta e identificarse como si fueran indígenas de Myanmar.
La hostilidad hacia los rohinyá no cesó a lo largo de la historia, se hizo fuerte durante la Segunda Guerra Mundial, pero la represión contra este grupo étnico escaló a niveles de política de Estado en los años 70, bajo la dictadura del general Ne Winen Myanmar, quien lanzó en 1978 la llamada operación Dragon King, que empujó a miles de rohinyá a emigrar a la vecina Bangladesh. Se calcula que desde entonces más de un millón de rohinyá ha abandonado el país.
En agosto de 2017 el ejército birmano inició una operación de “limpieza étnica” —así la calificó la ONU— por la que los rohinyá fueron expulsados de sus casas y quemadas sus pertenencias y tierras, por lo que se vieron obligados a huir al país vecino de Bangladesh, donde fueron acogidos en improvisados y enormes campos de refugiados.
La ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) denunció por su parte en un informe difundido en diciembre de 2017 que al menos 6.700 rohinyá, incluidos 730 niños menores de cinco años, habían sido asesinados en Myanmar durante el primer mes de la crisis, lo que obligó a muchos niños huérfanos a huir solos a Bangladesh.
La ONU y organizaciones defensoras de los derechos humanos han denunciado repetidas veces que existen pruebas claras sobre esos abusos en Myanmar, que comenzaron cuando un ataque de un grupo insurgente rohinyá fue respondido con una campaña militar.
El número de refugiados que ha llegado a los campos de Cox’s Bazar, en Bangladesh, alcanza el millón de personas, de los cuales casi la mitad son niños y niñas.
En noviembre de 2017, el gobierno de Bangladesh aprobó un proyecto de 282 millones de dólares para habilitar una isla desierta a la que serán trasladados cerca de 100 mil rohinyá, días después de acordar con Myanmar la repatriación de más de 600 mil miembros de esta minoría musulmana. La decisión fue criticada por organizaciones de derechos humanos y agencias de la ONU, que consideran las condiciones de esa isla desierta poco apropiadas para las personas. No se logró tal promesa, como tampoco la repatriación de los rohinyá hacia Myanmar.
Ahora, los refugiados rohinyá que se encuentran en los campamentos de acogida en Bangladesh, se enfrentan a las redes de tráfico de personas que buscan jóvenes a las que explotan sexualmente.
“Con tanta gente vulnerable y desamparada viviendo en un área reducida, los asentamientos se han convertido en un objetivo de oportunistas traficantes de personas que buscan explotar a los refugiados”, dijo Irine Loria, del área de Protección de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en Bangladesh.
FRANCISCO PIDIÓ PERDÓN
Dos días después del inicio del gran éxodo -en agosto de 2017- de musulmanes birmanos hacia Bangladés, el Papa Francisco salió al balcón de la plaza de San Pedro durante el Angelus dominical, expresó su solidaridad a los “hermanos rohinyá” y denunció la persecución que sufrían.
Los militares, los budistas y hasta los católicos birmanos manifestaron su “inconformidad” con las palabras del Santo Padre. Las autoridades católicas del sureste asiático le sugirieron al jefe de la Iglesia católica que le faltaba información y le aconsejaron que no volviera a usar la palabra rohinyá, y menos durante su visita a Myanmar.
Francisco visitó Myanmar a finales de noviembre del pasado año, apenas seis meses de establecerse las relaciones diplomáticas entre los dos estados, y no fue necesario que mencionara la palabra censurada por el régimen birmano, rohinyá. Él defendió la paz y los derechos de las minorías ante la jefa de facto del Gobierno y premio Nobel de la Paz, Aung San Suu Kyi, criticada por la comunidad internacional por su aparente pasividad en el conflicto con los rohinyá. Los representantes de la minoría musulmana entendieron la posición del Papa, pero rechazaron la posición de Suu Kyi.
Pero Francisco, durante la visita realizada inmediatamente a Bangladesh, dio un giro de 180 grados y pidió visitar un campamento de acogida de los rohinyá, que no fue permitido por cuestiones de seguridad, pero pudo trasmitirles a 16 representantes de la minoría musulmana su palabra durante una misa: “Vuestra tragedia es muy dura y grande. En nombre de los que os persiguen, que os han hecho el mal, sobre todo en nombre de la indiferencia del mundo, os pido perdón, perdón”.
La realidad que vive la minoría musulmana en Myanmar no ha cambiado, pero a la voz del Papa Francisco se van sumando otras voces para pronunciar la palabra prohibida “rohinyá” y darles el apoyo para que alcancen el justo lugar en su tierra.